La vida independiente es una idea que ha sido incorporada y redefinida de maneras muy diversas en las políticas de envejecimiento activo. En parte depende de si en un determinado territorio las políticas se basan en la provisión de servicios o en el pago a las familias cuidadoras. Sin embargo, hay un aspecto común a nivel europeo: se debe promover la vida independiente como una manera de prevenir o retrasar al máximo la “gran dependencia” y de prolongar la capacidad productiva, de consumo y evitar la desvinculación con la comunidad (ver FUTUREAGE). A diferencia de lo que vemos con el modelo social de la discapacidad, aquí la vida independiente no es tanto un derecho como una suerte de instrumento para evitar el colapso del estado de bienestar. Una amenaza que desgraciadamente y con demasiada frecuencia se asocia al envejecimiento poblacional y es invocada como argumento de autoridad para justificar la bondad de algunas políticas y servicios en este ámbito. De lo que se trata en última instancia es de fomentar la independencia para reducir el coste de los cuidados de larga duración y así incrementar la ‘sostenibilidad’ de los sistemas de protección social y de la salud.
Éste es el discurso de las políticas. En la práctica se trata en muchas ocasiones de crear un mercado de innovaciones (tecnologías, servicios y viviendas) que habiliten alternativas al ingreso en residencias y hospitales y también al cuidado familiar a tiempo completo. Esto significa: fomentar el envejecimiento en el propio hogar, asistiéndolo de tal modo que la persona tenga conciencia de los riesgos y asuma el control sobre lo que necesita hacer para atenuar dichos riesgos: es decir modular a distancia su propio estilo de vida. El énfasis en mantenerse activo y modificar la propia actividad aquí esencial. Como explica Stephen Katz 1, desde sus inicios la gerontología ha convertido a la actividad en el antídoto contra la desvinculación y el declive.
Curiosamente, las prácticas y discursos del envejecimiento activo actuales contrastan con determinadas iniciativas que están cuestionando fuertemente las formas de envejecimiento socialmente establecidas. Los ejemplos más visibles de este tipo de iniciativas los encontramos en las cooperativas de vivienda de personas mayores, centros convivenciales autogestionados o senior cohousing. Estos centros se articulan entorno a comunidades de interés diversas pero siempre con una fuerte cultura cooperativa y de autogestión. En algunos casos, estas comunidades pueden estar formadas íntegramente por mujeres o ser multigeneracionales, pero sus miembros siempre deben estar muy comprometidos con el proyecto ya que su construcción acostumbra a demorarse hasta 10 años (razón por la cual se aconseja empezar a pensar en ello a los 50). Por otro lado, dado el poco apoyo de la administración a estas iniciativas y que requieren de una inversión inicial importante, es un modelo que funciona a escala municipal, y al que no todas las personas interesadas pueden optar.
En Dinamarca, Holanda y Alemania este tipo de iniciativas han proliferado con éxito desde los años 70 y disponen de cierto respaldo estatal en la actualidad. En otros, como Reino Unido, Francia, Italia y Estados Unidos están empezando a implementarse algunos proyectos y a establecerse redes. En España, como muestra el mapa que han elaborado desde eCOHOUSING, las cooperativas de vivienda de personas mayores están también en plena emergencia. Desde que abrió sus puertas Los Milagros en Málaga, se han consolidado dos proyectos, Trabensol y Profuturo, que se han convertido en referente de personas y grupos que aspiran a llevar a buen puerto proyectos similares. Conscientes de la importancia que tiene compartir experiencias y conocimiento, desde Trabensol han documentado su propio proceso y organizado jornadas de puertas abiertas con otros grupos. Algunos grupos ya han empezado a andar, es el caso de La Muralleta, otros como Brisas del Cantábrico ya disponen del terreno para construir y otros están en ello, por ejemplo Convivir. Pero además, hay numerosas cooperativas en formación: en algunos casos con problemas para encontrar terrenos, en otras empezando a discutir en serio la posibilidad de iniciar un proyecto de este tipo y en otros casos tejiendo afinidades con otras personas con intereses similares.
Sin embargo, estas no son las únicas propuestas de vida independiente para la vejez. Existen otro tipo de iniciativas mucho más invisibles y menos rupturistas, pero que desafían también los modelos de envejecimiento socialmente disponibles. Se trata de redes de apoyo mútuo informales que perviven en barrios y vecindarios y que aunque no son un nuevo nicho de mercado de nuevas viviendas o tecnologías, permiten a las personas mayores seguir viviendo en su propia casa sin ser una carga, sin estar bajo la tutela de otros y sin sufrir una soledad impuesta. Dichas redes no sólo acostumbran a pasar desapercibidas sino que se han ido desmembrando a pasos agigantados. Tal y como pone de manifiesto el proyecto RADARS, los actuales recortes sociales están haciendo más visible que nunca los efectos que tiene su debilitamiento especialmente en la gente mayor. Por la misma razón, es ahora cuando nos esmeramos en identificar las redes que aún funcionan y ponemos en valor la necesidad de cuidarlas y mantenerlas.
En el contexto del proyecto EXPDEM estamos explorando cómo se construye y vive la vejez en estas comunidades y redes de apoyo mútuo y cómo éstas a su vez se construyen tanto social como materialmente, qué diferencias y aspectos comunes encontramos entre las cooperativas de vivienda y las redes informales de apoyo mútuo que perviven en barrios y pueblos. Hemos empezado recogiendo las historias que hay detrás de los proyectos de senior cohousing, desde el deseo inicial hasta la convivencia, pasando por el diseño y la colocación de la primera piedra. Está siendo fascinante. Pero también queremos conocer más sobre esas redes de apoyo informal que tan importantes son para seguir viviendo con independencia y que acostumbran a ser más difíciles de identificar.
Aunque nos queda mucho por conocer aún, lo que parece claro es que las cooperativas de vivienda y las redes de apoyo informal de personas mayores ofrecen un sentido alternativo a lo que actualmente entendemos por envejecer con independencia. En un caso, la vida independiente implica un nuevo comienzo: la construcción de un hogar y de una comunidad auto-gestionada vinculado a determinados intereses y formas de vida; en el otro, la independencia tiene más que ver con el mantenimiento y apuntalamiento de una comunidad ya presente, una lucha por renovar su sentido y vigencia en el día a día. Probablemente sean dos respuestas vinculadas a realidades sociales, económicas y personales diferentes, pero en ambos casos se trata de definir la vejez y vivirla en los propios términos.